sábado, 11 de junio de 2011

08. “LO QUE NO SE DICE DE LOS 10 MANDAMIENTOS”


Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, 
que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
 (Éxodo 20:1-2).

Es probable que hayamos estado citando incorrectamente los Diez Mandamientos. Los que nos los enseñaron cuando éramos niños, por lo general, dejaron de lado el versículo que Dios colocó al comienzo de la lista. Si lo eliminamos, el Decálogo se convierte verdaderamente en malas noticias; pasa a ser una lista de prohibiciones, un yugo de esclavitud.
 La gente, y hasta los sacerdotes y maestros, no han logrado comprender cuán importante es no omitir ese pasaje. 
Aún algunos que pretenden ser especialistas en predicar la ley de Dios, no lo han visto. Aquí está el versículo que debe hallarse al comienzo de toda versión correcta de los Diez Mandamientos: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: 
Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre”
(Éxodo 20:1-2).

¡En otras palabras, Dios comienza dándonos Buenas Nuevas! 
Aquí hay cuatro verdades con el poder de la dinamita, 
que pueden conmover al mundo:

Primera: Dios nos revela su verdadero Nombre: “El SEÑOR”. En hebreo es Yavé (algunos lo han modificado y dicen: Jehová), un nombre muy especial que incluye algo bueno que necesitamos comprender. El nombre de Jesús en hebreo significa “Jehová salva”. Dios se identifica como “el Salvador del mundo” (Juan 4: 42). 
Nos dice: “Yo soy tu Salvador, tu Amigo. Estoy de tu parte. Aquí te traigo algo bueno”.

Segunda: Este versículo ignorado nos dice que él es Dios de todo ser creado: “Yo Soy el Señor tu Dios”. Ese “tu” se refiere a ti, quienquiera que seas. Quizás digas, “lo siento pero yo nunca lo he adorado, ni servido”. Pero a pesar de ello, Dios te dice: “Yo Soy . . . tu Dios. Te pertenezco. Ya vemos que antes que Dios pronunciara el primero de sus mandamientos, predicó el Evangelio en esas palabras preliminares.

Tercera: En su preámbulo, Dios nos dice que el Egipto espiritual no tiene por qué ser nuestra tierra. Esto es cierto aun cuando todos nacimos allí. La tierra de oscuridad no es nuestro verdadero hogar. Por eso Dios habla en tiempo pasado. Dice: “Yo . . . te saqué de Egipto, de casa de servidumbre”. Ya te ha librado; pero estás como un preso acurrucado en su celda, sin darse cuenta de que las puertas de su prisión están abiertas. El precioso mensaje de esta introducción a los Mandamientos debe llevarnos a exclamar: “Oh Jehová, ciertamente yo soy tu siervo, hijo de tu sierva, tú has roto mis prisiones” (Salmos 116: 16).

Cuarta: Dios ya nos ha sacado de la “casa de servidumbre”. Así como escogió a Israel para que fuera su “hijo”, del mismo modo nos ha escogido a nosotros en Cristo. Israel nunca fue verdaderamente “esclavo” en Egipto. Los egipcios los hicieron pensar que eran esclavos; por eso fueron, equivocadamente, esclavos. Pero, en realidad, eran un pueblo libre que sólo esperaba que Moisés les dijera la verdad: “¡Levántense y vayan a su propia tierra!”

Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán, se oyó una voz que decía: 
“Este es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento”.

¡Esa voz te abrazó a ti al mismo tiempo! 
¡Todo esto va incluido en el maravilloso 
preámbulo de los Diez Mandamientos!
La voz.org/MHP

07. “FRANQUEANDO LA BRECHA GENERACIONAL”


Examíname, oh Dios, y conoce mis pensamientos . . . 
(Salmo 139:23)

Muchos padres se quejan de sus hijos, 
porque éstos les contestan mal 
y son irrespetuosos y rebeldes. 
A su vez, los jóvenes consideran 
que sus padres no los comprenden; 
que no confían en ellos, 
ni respetan su individualidad. 
¿Quiénes están en lo cierto? 
¿Cómo cubrir este abismo entre padres e hijos? 
¿Qué implicaría una actitud conciliadora?

Tiene 13 años. De día es estudiante de una escuela de comercio. De noche: blanco de cuchillo de su padre. . . porque ambos trabajan en un circo; ella, amarrada a una tabla giratoria y él, lanzándole hachas y puñales alrededor de su cuerpo. Cualquiera de los 40 lanzamientos a que se somete podría fallar y ensartarla; pero Nancy Lyescozki no se amedrenta. “Hay tantas cosas que temer en esta vida –dice con aplomo–, que no vale la pena tener miedo a los cuchillos”. 
Hasta le agrada ser “blanco de puñales”.

En otro sentido, sin embargo, a los adolescentes y a los jóvenes no les gusta sentirse apuñalados. Los hiere de veras ese dedo índice con el que los adultos apuntan a sus faltas y el tono absolutista de sus reprimendas y consejos. Viven un período difícil, cambiante. Momentos de conflicto que sus mayores no siempre saben captar ni aceptar. 

Al decir del Dr. Enrique Brantmay, “en cierta medida cada adolescente es realmente incomprendido. Se lo ha conocido como niño. Pero ha cambiado: ya no se lo conoce más. Se le impone en forma abusiva la imagen que se desea que él tenga. Se cree tan firmemente que logrará acomodarse a ese plan, que se dice: ´¡Lo conozco!´ Pero eso es un error. 
Todo hombre se forma a nuestras espaldas”.

Hay otros factores que inciden en la llamada brecha generacional; pero acaso el enfrentamiento entre conceptos y voluntades diferentes y aun opuestas es el más común, y a la vez el más difícil de resolver. Sin embargo, hay solución. Requiere, por cierto, un análisis sereno de nuestra personalidad y de la de nuestros hijos; pues cada uno es distinto y necesita y merece ser tratado como tal. Debemos también reconocer que no somos infalibles.

Quizá nuestra oración debiera ser como la del salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23,24). Sólo así podremos disponer de la comprensión, humildad, y honestidad necesarias para el diálogo con el hijo. . . con la hija. . . con papá y mamá. . . 
con nosotros mismos. . . y con nuestro Padre celestial.
La voz.org/MHP

miércoles, 8 de junio de 2011

06. “LOS DE ARRIBA”


Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos (San Mateo 19:23).

Mucha gente piensa que los ricos pueden obtenerlo todo, o casi todo. Por eso, los desprecia, 
los envidia, o los busca interesadamente. Pero pocos notan el drama que suelen ocultar los billetes. 

¿Es realmente feliz el hombre rico? 
¿Cuáles son sus verdaderas ambiciones? 
¿Y sus necesidades? 
¿Qué ocurre cuando el dinero ya no puede satisfacerles“  

Los millonarios se defienden solos. A los humildes hay que ayudarlos sin cesar”. 
Así decía el abogado y periodista Eduardo Santos.

Sin embargo, los ricos no siempre pueden defenderse solos. Ellos, como todos, no pueden impedir el peso de los años, 
ni de las circunstancias adversas; y hasta sufren más intensamente el drama de la soledad.

El príncipe Carlos de Gran Bretaña, en una entrevista que concedió para un diario londinense, declaró: “A medida que pasan los años, más solo me encuentro”. Dijo además, que quienes buscan su amistad, a menudo lo hacen por un motivo determinado.

Y Paul Getty, en su tiempo el hombre más rico del mundo, interrogado cierta vez acerca de lo que puede desear un hombre tan poderoso, contestó: “Tener diez años menos”.

El dinero de los Kennedy tampoco pudo impedir la muerte y la enfermedad de varios miembros de esa familia. Ciertamente, hay cosas contra las cuales los ricos –tal como los pobres– no pueden defenderse solos.

San Pablo dijo que “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10), y explicó: “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (versículo 9).

Ya Jesús lo había advertido: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (San Mateo 19:23). 

El dinero es útil; es necesario. Las declaraciones que hemos citado no implican que todos los ricos son malos, ni más pecadores que los pobres. Abraham, aquel a quien la Biblia se refiere como “amigo de Dios”, era un hombre rico. 
Job, también lo fue. Y Salomón.  

 El caso no es ser o no ser un hombre rico. Lo importante es que las riquezas ocupen su verdadero sitio en nuestras vidas; y que por encima de los materiales, procuremos los valores eternos. Cuando Jesús señaló cuán difícil es para un hombre rico entrar en el reino de los cielos, agregó: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”  
(San Mateo 19:26).

El amor, la paz interior, y la inmortalidad son bienes demasiado caros para poder ser comprados con dinero. Pero Dios los regala a todo aquel que cree en Jesucristo. Ricos y pobres, los de abajo y los de arriba, podemos confiar. 
La voz.org/MHP

05. “VITRINA DE SU AMOR”


El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Juan 14:9).

Abrí la Biblia para leerle un versículo, y entonces sucedió; fue como si hubiera disparado un misil. Se lanzó de su asiento y cuando aterrizó, vino a parar tan cerca de mi cara que me sentí como domador de león, con la cabeza dentro del animal –salvo que, en mi caso, este ́leóń no tenía aspecto de estar muy ́domadó–. Salieron en estrepitosórugidó las siguientes palabras: “¡Cierra ese libro! ¡No abras ese libro!”

Ese hombre, que por su pelo rojizo y genio candente le llaman “El Colora (o)”, más tarde, ese día, me confesaría:
 “No sé lo que es amar”. Este cuadro no es más que un retrato de nuestro mundo actual; hostil a las cosas de Dios, pero sintiendo en el alma el vacío resultante de ese enajenamiento.

Para un mundo tal, Dios tiene un “de tal”, es decir, “de tal manera amó Dios al mundo...” (Juan 3:16). Las buenas nuevas del evangelio, el urgente y perentorio mensaje del cielo para todos y cada uno de los habitantes de este mundo: que Dios nos ama con un amor incomparable, con un amor de otro mundo.

Y todo ese amor está recogido y contenido en un solo envase cósmico, es a saber, en la persona de Jesús. 
El amor de Dios hecho carne y huesos. “Porque de tal manera amóDios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito...” 
El amor de Dios nos llega ́en Jesúś. Él es la vitrina donde ese amor de Dios fue mostrado y demostrado. 
Jesús afirmó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Nuestro futuro yace en ese amor: “según nos eligió en él [Cristo], para que fuésemos santos y sin mancha... en amor”; “para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna” (Efesios 1:4; Juan 3:16).

La Biblia enfatiza que “por una justicia vino la gracia a todos los hombres” (Romanos 5:18). Todos estamos incluidos. “El Colora(o)” de nuestra historia abrió su corazón a ese amor de Dios en Jesús. Un día me pidió que me llevara todas sus botellas de whisky y ron (que eran muchas). Salí de su casa un tanto preocupado por el extraño cargamento que llevaba. ¡Qué dirían los que me vieran! Esa tarde se “emborrachó” la tubería de mi casa. 
¡Qué habrá pensado el basurero, al ver tantas botellas de licor vacías en la casa de un predicador! 
Pero, ¡cuánto gozo en el cielo! ¡Cuánto amor en Jesús!
La voz.org/MHP