miércoles, 8 de junio de 2011

05. “VITRINA DE SU AMOR”


El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Juan 14:9).

Abrí la Biblia para leerle un versículo, y entonces sucedió; fue como si hubiera disparado un misil. Se lanzó de su asiento y cuando aterrizó, vino a parar tan cerca de mi cara que me sentí como domador de león, con la cabeza dentro del animal –salvo que, en mi caso, este ́leóń no tenía aspecto de estar muy ́domadó–. Salieron en estrepitosórugidó las siguientes palabras: “¡Cierra ese libro! ¡No abras ese libro!”

Ese hombre, que por su pelo rojizo y genio candente le llaman “El Colora (o)”, más tarde, ese día, me confesaría:
 “No sé lo que es amar”. Este cuadro no es más que un retrato de nuestro mundo actual; hostil a las cosas de Dios, pero sintiendo en el alma el vacío resultante de ese enajenamiento.

Para un mundo tal, Dios tiene un “de tal”, es decir, “de tal manera amó Dios al mundo...” (Juan 3:16). Las buenas nuevas del evangelio, el urgente y perentorio mensaje del cielo para todos y cada uno de los habitantes de este mundo: que Dios nos ama con un amor incomparable, con un amor de otro mundo.

Y todo ese amor está recogido y contenido en un solo envase cósmico, es a saber, en la persona de Jesús. 
El amor de Dios hecho carne y huesos. “Porque de tal manera amóDios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito...” 
El amor de Dios nos llega ́en Jesúś. Él es la vitrina donde ese amor de Dios fue mostrado y demostrado. 
Jesús afirmó: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

Nuestro futuro yace en ese amor: “según nos eligió en él [Cristo], para que fuésemos santos y sin mancha... en amor”; “para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna” (Efesios 1:4; Juan 3:16).

La Biblia enfatiza que “por una justicia vino la gracia a todos los hombres” (Romanos 5:18). Todos estamos incluidos. “El Colora(o)” de nuestra historia abrió su corazón a ese amor de Dios en Jesús. Un día me pidió que me llevara todas sus botellas de whisky y ron (que eran muchas). Salí de su casa un tanto preocupado por el extraño cargamento que llevaba. ¡Qué dirían los que me vieran! Esa tarde se “emborrachó” la tubería de mi casa. 
¡Qué habrá pensado el basurero, al ver tantas botellas de licor vacías en la casa de un predicador! 
Pero, ¡cuánto gozo en el cielo! ¡Cuánto amor en Jesús!
La voz.org/MHP 

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