viernes, 3 de junio de 2011

04. “AUTODISCIPLINA DEL ANIMO”


Siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (2 Corintios 3:3).

Desde el ABC de Madrid, Gonzalo Fernández De La Mora afirmaba que “las consecuencias más graves y espectaculares” del “vacío moral” son “el desorden de las costumbres y el incremento de la angustia vital”. 
Pero, también dudaba de la eficacia de la imposición de reglas y dogmas. ¿Cómo –entonces— resolver este conflicto? ¿Podrá lograrse que la moral libre resulte en vidas ordenadas, productivas, y por ende, gozosas?

–Mamá, ¿esta artista de cine, tiene niños?. . . –Di, mamá, ¿esta actriz que sale en esta revista, tiene niños?
La pregunta –a la que alude Natalia Figueroa en su artículo: “Vergüenza ajena”– refleja en su insistencia la inquietud creciente de un niño de once años que hojea una revista, en cuyas páginas descubre fotografías de actrices en poses y ropas provocativas. Por tercera vez va. –Oye, mamá, esta señora ¿tiene algún hijo? 

La madre, que antes ha contestado distraídamente, siente ahora curiosidad: “¿Por qué te interesa tanto saber si las artistas tienen o no tienen hijos?” El niño calla. “¿Por qué me preguntas siempre lo mismo? ¿Por qué te importa que las artistas tengan hijos?” Al fin, el chiquilín contesta. –¡Qué vergüenza debe pasarse en el colegio siendo el niño de esas señoras!

El niño ajeno a aquellas madres sufre por los hijos de ellas. Pero su sufrimiento y el de los otros niños no surten efecto. Porque el que su actitud afecte a otros rara vez promueve cambio alguno en quienes, justamente por no pensar más que en ellos mismos, hacen sólo los que les da la gana, porque les da la gana. Lo paradójico, sin embargo, es que tampoco ellos son felices.

Según Fernández De La Mora, el vacío moral de nuestra sociedad requiere “no unos mandamientos dictados, sino íntimamente redescubiertos. No unos vetos externos, sino una autodisciplina del ánimo”. 
Y esto es y fue siempre necesidad. De ahí que el propósito de Dios es: “Porque pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que ... guardéis mis preceptos”(Ezequiel 36:27). 

La moral, amigo lector, sólo tiene sentido y eficacia cuando no es por pose ni imposición; cuando –por la aceptación voluntaria de Jesucristo como Salvador y Guía de nuestras vidas– la ley de Dios nos es escrita “no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Corintios 3:3).
La voz.org/MHP 

03. “EL TESTIMONIO DE JESÚS”


Vosotros escudriñáis las Escrituras, pues en ella pensáis que tenéis vida eterna, 
mas ellas son las que dan testimonio de mí. (Juan 5:39).

 Decía Karl Barth que leer la Biblia es como asomarse a la ventana y ver que toda la gente de la mira hacia el cielo, contempla algo que nosotros no podemos ver desde el interior. Todos señalan hacia arriba, pronuncian palabras extrañas y se muestran excitadísimos: algo que está más allá de nuestro campo visual ha captado su atención e intenta llevarlos “de un lugar a otro, siguiendo un plan extraño, intenso, incierto y, a pesar de ello, misteriosamente bien trazado”. 
Leer la Biblia equivale a tratar de leer lo que expresan esos rostros. 
Escuchar las palabras bíblicas es procurar aprender la extraña, 
peligrosa y obligante palabra que ellos parecen escuchar.

Abrahán y Sara, por cuyas ancianas mejillas corren lágrimas de alegría incrédula cuando Dios les dice que cumplirá su promesa y les dará el hijo que siempre han anhelado; el rey David que, en su alegría, danza semi-desnudo delante del arca; Pablo, herido por un rayo en el camino de Damasco; Jesús, crucificado entre dos pillos, con el rostro escupido por la soldadesca romana: todos ellos miran hacia arriba, y escuchan.

¿Cómo puede el hombre del siglo XXI, con todas sus inhibiciones, tratar de ver lo que ven y de oír lo que oyen?
 Alguien ha recomendado al lector de la Biblia a que no se lance en busca de las respuestas que da, antes de tomar tiempo para escuchar las preguntas que formula. Todos nosotros tenemos dudas y preguntas que hacer a propósito de cosas que hoy interesan mucho, pero que mañana ya se habrán olvidado: los dónde, cómo y por qué surgidos día tras día en casa y en el trabajo. En cambio tendemos a olvidar dudas y preguntas que siempre importan: vitales interrogantes acerca del significado, el propósito y el valor de la existencia.

Así pues, quizá la razón más importante de que convenga leer la Biblia es que tal vez en alguna de sus páginas aguarde al lector la pregunta que, aunque cuando haya fingido no escuchar, constituye el eje de su existencia. 

Tales como:
¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, 
si pierde su alma?  (San Mateo 16:26)
¿Qué es la verdad? (San Juan 18: 38) 
¿Qué debo yo hacer para conseguir 
la vida eterna? (San Lucas 10:25)

La respuesta a estas y otras preguntas nos llevarán indefectiblemente a Jesús. Él declara: “Vosotros escudriñáis las Escrituras, pues en ella pensáis que tenéis vida eterna, mas ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). 
La voz.org/MHP