Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos (San Mateo 19:23).
Mucha gente piensa que los ricos pueden obtenerlo todo, o casi todo. Por eso, los desprecia,
los envidia, o los busca interesadamente. Pero pocos notan el drama que suelen ocultar los billetes.
¿Es realmente feliz el hombre rico?
¿Cuáles son sus verdaderas ambiciones?
¿Y sus necesidades?
¿Qué ocurre cuando el dinero ya no puede satisfacerles“
Los millonarios se defienden solos. A los humildes hay que ayudarlos sin cesar”.
Así decía el abogado y periodista Eduardo Santos.
Sin embargo, los ricos no siempre pueden defenderse solos. Ellos, como todos, no pueden impedir el peso de los años,
Sin embargo, los ricos no siempre pueden defenderse solos. Ellos, como todos, no pueden impedir el peso de los años,
ni de las circunstancias adversas; y hasta sufren más intensamente el drama de la soledad.
El príncipe Carlos de Gran Bretaña, en una entrevista que concedió para un diario londinense, declaró: “A medida que pasan los años, más solo me encuentro”. Dijo además, que quienes buscan su amistad, a menudo lo hacen por un motivo determinado.
Y Paul Getty, en su tiempo el hombre más rico del mundo, interrogado cierta vez acerca de lo que puede desear un hombre tan poderoso, contestó: “Tener diez años menos”.
El dinero de los Kennedy tampoco pudo impedir la muerte y la enfermedad de varios miembros de esa familia. Ciertamente, hay cosas contra las cuales los ricos –tal como los pobres– no pueden defenderse solos.
San Pablo dijo que “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10), y explicó: “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (versículo 9).
Ya Jesús lo había advertido: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (San Mateo 19:23).
El dinero es útil; es necesario. Las declaraciones que hemos citado no implican que todos los ricos son malos, ni más pecadores que los pobres. Abraham, aquel a quien la Biblia se refiere como “amigo de Dios”, era un hombre rico.
El príncipe Carlos de Gran Bretaña, en una entrevista que concedió para un diario londinense, declaró: “A medida que pasan los años, más solo me encuentro”. Dijo además, que quienes buscan su amistad, a menudo lo hacen por un motivo determinado.
Y Paul Getty, en su tiempo el hombre más rico del mundo, interrogado cierta vez acerca de lo que puede desear un hombre tan poderoso, contestó: “Tener diez años menos”.
El dinero de los Kennedy tampoco pudo impedir la muerte y la enfermedad de varios miembros de esa familia. Ciertamente, hay cosas contra las cuales los ricos –tal como los pobres– no pueden defenderse solos.
San Pablo dijo que “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10), y explicó: “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (versículo 9).
Ya Jesús lo había advertido: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (San Mateo 19:23).
El dinero es útil; es necesario. Las declaraciones que hemos citado no implican que todos los ricos son malos, ni más pecadores que los pobres. Abraham, aquel a quien la Biblia se refiere como “amigo de Dios”, era un hombre rico.
Job, también lo fue. Y Salomón.
El caso no es ser o no ser un hombre rico. Lo importante es que las riquezas ocupen su verdadero sitio en nuestras vidas; y que por encima de los materiales, procuremos los valores eternos. Cuando Jesús señaló cuán difícil es para un hombre rico entrar en el reino de los cielos, agregó: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”
El caso no es ser o no ser un hombre rico. Lo importante es que las riquezas ocupen su verdadero sitio en nuestras vidas; y que por encima de los materiales, procuremos los valores eternos. Cuando Jesús señaló cuán difícil es para un hombre rico entrar en el reino de los cielos, agregó: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”
(San Mateo 19:26).
El amor, la paz interior, y la inmortalidad son bienes demasiado caros para poder ser comprados con dinero. Pero Dios los regala a todo aquel que cree en Jesucristo. Ricos y pobres, los de abajo y los de arriba, podemos confiar.
La voz.org/MHP
El amor, la paz interior, y la inmortalidad son bienes demasiado caros para poder ser comprados con dinero. Pero Dios los regala a todo aquel que cree en Jesucristo. Ricos y pobres, los de abajo y los de arriba, podemos confiar.
La voz.org/MHP
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