lunes, 13 de junio de 2011

12. “LA FUERZA DE LOS MANSOS”


 "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad" (Mateo 5: 5).

La mansedumbre es una cualidad que según nos convenga, apreciamos y valoramos en los otros, pero que pocas veces nos interesa tener. ¿Por qué? ¿Qué ventajas ofrece al que la practica?

Escribe Miguel Juste Iribarren: “En las afueras de El Aaiun hay un arco blanco que da entrada al acuartelamiento del Tercio Juan de Austria. Al pie, como una flecha clavada en la arena del desierto, un legionario inmóvil hace centinela. 
Mira al desierto, frontera sur de España, que todavía se alarga casi 2.000 kilómetros hacia abajo. Larga, inmensa, solitaria frontera; dunas y dunas, árida tierra idéntica a sí misma, apta sólo para morir. . . para morir quién sabe por qué”. Y agrega: “De una cosa, sólo de una, estoy seguro: aquel legionario inmóvil de la frontera ignorada. . . sólo se moverá de allí, vivo, si se lo ordena un superior. . . Él no entiende de sutilezas ni necesita entenderlas. Obedece.
 Es su tremenda gloria”.

Mientras leíamos estas líneas de Juste Iribarren, no podíamos menos que pensar en la también tremenda mansedumbre del legionario aquel. En días como los nuestros, la obediencia absoluta, la disciplina ciega, la sumisión total, no es artículo común. A veces, hasta se la asocia con la debilidad, la cobardía y el servilismo. Mal se tiene por manso al que se calla porque no se atreve a hablar, al que se las aguanta porque no se anima a oponerse por temor a que le venga algo peor. Pero esta no es la cara, sino la careta del la mansedumbre.

La mansedumbre genuina requiere valor, humildad y dominio propio. Es en esencia, docilidad, disposición a ser enseñado. Y es –referida a los animales– la característica que los hace aptos para servir como guías de otros. Podríamos, pues, por extensión, decir que no sólo conviene al soldado o al subalterno, sino también al jefe, al líder, al dirigente de toda empresa o asociación.

No en vano, Jesús dijo: “Bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5: 5). Él no se refería a una tierra árida en la que se muere sin saber por qué. Hablaba con seguridad. Sabía qué cosa prometía, a quiénes, y por qué. Hablaba de la tierra prometida, del reino que él instaurará cuando vuelva. Y también se refería al hecho de que los mansos, porque saben guiar a su rebaño, siempre llegan a la meta. Son el ejército del Supremo manso que dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. . .” (Mateo 11: 29). Lavoz.org/MHP

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