domingo, 12 de junio de 2011

09. “EL MILAGRO DESMITIFICADO”


Dadles vosotros de comer. . . (Marcos 6:37).

Decía Edison que sus inventos eran “10% inspiración y 90% traspiración”. Con esa ingeniosa frase o “invención” –que así también se refiere la retórica a las ideas del discurso oratorio– Edison, que no ostentaba su inventiva, pretendía desmitificar lo que para otros parecía nada menos que milagroso: invenciones tan nuevas que cada una abría ventana a un nuevo mundo. Pero, al decir de Cicerón, “ninguna invención es perfecta al nacer”. Eso era harto sabido por el famoso inventor. Sus contemporáneos vitoreaban a Edison por sus exitosos inventos, pero él se felicitaba por construir cada uno sobre miles de intentos fallidos. La perseverancia tenaz fue la virtud que sacó de su genio los inventos, y era su principal legado al mundo, más que sus inventos.

Decía Edison: “Un descubrimiento es un rascar de uñas; no hay que darle importancia. Pero la invención es otra cosa; no se debe al acaso, sino a la tenacidad, a la voluntad de obtenerla. Un trabajo tenaz, para desarrollar una idea tenaz; he ahí el secreto del inventor”.

Preguntamos: ¿No pasará algo parecido con ese fenómeno que llamamos “milagros”? ¿Podrían éstos beneficiarse –o más bien nosotros– de otro desmitificar? ¿No será que los milagros son también “10% inspiración y 90% traspiración”? ¿Cabe decir del milagro lo que dijo Edison del invento? “El [milagro] no se debe al acaso, sino a la tenacidad, a la voluntad de obtenerlo. Un trabajo tenaz, para desarrollar una idea tenaz; he ahí el secreto. . .”. 
De ser así, ¿Cuál es “el trabajo tenaz” o la “voluntad” que antecede el milagro?

Jesús dijo: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Si sufrimos limitaciones en nuestro obrar cristiano, son impuestas por la incredulidad personal y no por sentencia divina. Jesús nos dice: “Vé, y como creíste, te sea hecho” (Mateo 8:13). La fe nuestra, o la falta de ella, determina nuestro universo de posibilidades. No le echemos la culpa a Dios, de lo que sólo nosotros somos culpables; ni revistamos con manto de piedad lo que no es otra cosa que pura incredulidad.

“Las obras que yo hago” –dice Jesús– “él [el creyente] las hará también”. No hay diminución en el teatro de operaciones aquí. Pero tiene que haber –al decir de Edison– “trabajo tenaz”. Hay que arriesgarlo todo, comprometerlo todo (hasta el pellejo), temer nada (ni el fracaso), volcarnos alma, cuerpo y espíritu a la misión y visión que Dios pone en la mente y el corazón. La fe obra las obras de Dios y Dios se especializa en lo imposible.
 Él dice: “nada os será imposible” (Mateo 17:20).

TOMEMOS UN FAMOSO MILAGRO de los Evangelios para ilustrar estos principios. 
En la lectura que sigue veremos el suceso extraordinario de la alimentación de los cinco mil.


El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; 
y aun mayores hará (Juan 14:12).

El milagro, como todo milagro genuino, comienza en el corazón de Jesús: “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos. . .” (Marcos 6:34). Para obrar los milagros de Dios hay que tener la óptica de su Hijo. Ver el mundo como él lo ve; sentir lo que él siente; unir nuestro corazón al de él. Los milagros son siervos e instrumentos del amor. Pero, el milagro como dijimos anteriormente exige fe, 
creer en lo que dice Jesús. 
¿Qué dijo Jesús en este caso?: 
“Dadle vosotros de comer” (Marcos 6:37).
 ¡Vaya orden esa! ¿Qué hacer? ¿cómo ejecutarla?

Lo primero que les vino a la mente era que necesitaban adquirir los medios que permitirían obedecer el mandato: 
“Ellos le dijeron: ¿Qué vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer?” (6: 37). Es típico, lógico y razonable pensar así. Cuando se yergue ante nosotros el descollante desafío que ya abrazamos como nuestro, vemos a todas luces que carecemos los recursos necesarios para realizarlo. Nuestras energías se desgastan en lo que alguien ha llamado “el parálisis del análisis”. Andamos nerviosamente de aquí para allá, nos arrascamos la cabeza y sacamos números y más números y toda la matemática suma a cero. 

Jesús apunta a los discípulos no a lo que no tienen sino a lo que sí disponen. A la pregunta de Jesús, “¿cuántos panes tenéis?”, ellos –después de un minucioso inventario- replicaron: “Cinco panes y dos peces”. ¿De qué sirven cinco panes y dos peces cuando hay un ejército de gente que alimentar? Pero, Jesús les enseñaría la lección que es cuna de todo milagro: lo que hay basta y sobra cuando se tiene a Jehová de Pastor. David lo había dicho mucho antes: 
“Jehová es mi pastor, nada me faltará”.
 ¿Lo sabemos nosotros? 
¿de verdad, lo creemos?

¿Cuáles fueron los resultados del milagro que nos ocupa? 
La Biblia dice: “Y comieron todos, y se saciaron. 
Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, 
y de lo que sobró de los peces” (Marcos 6:42,43).
La voz.org/MHP

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muy Agradecido por tu Comentario.