En los tiempos antiguos era costumbre que el novio, antes de confirmar el compromiso del matrimonio, pagara al padre de su novia, según las circunstancias, cierta suma de dinero o su valor en otros efectos. Esto se consideraba como garantía del matrimonio. No les parecía seguro a los padres confiar la felicidad de sus hijas a hombres que no habían hecho provisión para mantener una familia. Si no eran bastante frugales 187 y enérgicos para administrar sus negocios y adquirir ganado o tierras, se temía que su vida fuese inútil.
Pero se hacían arreglos para probar a los que no tenían con que pagar la dote de la esposa. Se les permitía trabajar para el padre cuya hija amaban, durante un tiempo, que variaba según la dote requerida. Cuando el pretendiente era fiel en sus servicios, y se mostraba digno también en otros aspectos, recibía a la hija por esposa, y, generalmente, la dote que el padre había recibido se la daba a ella el día de la boda.
Pero tanto en el, caso de Raquel como en el de Lea, el egoísta Labán se quedó con la dote que debía haberles dado a ellas; y a eso se refirieron cuando dijeron antes de marcharse de Mesopotamia: "Nos vendió, y aun se ha comido del todo nuestro precio." (Gén 31: 15)
Esta antigua costumbre, aunque muchas veces se prestaba al abuso, como en el caso de Labán, producía buenos resultados. Cuando se pedía al pretendiente que trabajara para conseguir a su esposa, se evitaba un casamiento precipitado, y se le permitía probar la profundidad de sus afectos y su capacidad para mantener a su familia.
En nuestro tiempo, resultan muchos males de una conducta diferente. Muchas veces ocurre que antes de casarse las personas tienen poca oportunidad de familiarizarse con sus mutuos temperamentos y costumbres; y en cuanto a la vida diaria, cuando unen sus intereses ante el altar, casi no se conocen.
Muchos descubren demasiado tarde que no se adaptan el uno al otro, y el resultado de su unión es una vida miserable.
Muchas veces sufren la esposa y los niños a causa de la indolencia, la incapacidad o las costumbres viciosas del marido y padre. Si, como lo permitía la antigua costumbre, se hubiese probado el carácter del pretendiente antes del casamiento, habrían podido evitarse muchas desgracias. PP
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