lunes, 31 de diciembre de 2018

EL EJEMPLO DE ISAAC


Isaac fue sumamente honrado por Dios, al ser hecho heredero de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo, a la edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre cuando envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica "E introdújola Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer; y amóla: y consolóse Isaac después de la muerte de su madre."

¡Qué contraste entre la conducta de Isaac y la de la juventud de nuestro tiempo, aun entre los que se dicen cristianos! Los jóvenes creen con demasiada frecuencia que la entrega de sus afectos es un asunto en el cual tienen que consultarse únicamente a sí mismos, un asunto en el cual no deben intervenir ni Dios ni los padres. 

 Mucho antes de llegar a la edad madura, se creen competentes para hacer su propia elección sin la ayuda de sus padres. Suelen bastarles unos años de matrimonio para convencerlos de su error; pero muchas veces es demasiado tarde para evitar las consecuencias perniciosas. La falta de sabiduría y dominio propio que los indujo a hacer una elección apresurada agrava el mal hasta que el matrimonio llega a ser un amargo yugo. Así han arruinado muchos su felicidad en esta vida y su esperanza de una vida venidera.

Si hay un asunto que debe ser considerado cuidadosamente, y en el cual se debe buscar el consejo de personas experimentadas y de edad, es el matrimonio; si alguna vez se necesita la Biblia como consejera, si alguna vez se debe buscar en oración la dirección divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas para toda la vida.

Nunca deben los padres perder de vista su propia responsabilidad acerca de la futura felicidad de sus hijos. El respeto de Isaac por el juicio de su padre era resultado de su educación, que le había enseñado a amar una vida de obediencia. Al mismo tiempo que Abrahán exigía a sus hijos que respetasen la autoridad paterna, su vida diaria daba testimonio de 174 que esta autoridad no era un dominio egoísta o arbitrario, sino que se basaba en el amor y procuraba su bienestar y dicha.

Los padres y las madres deben considerar que les incumbe guiar el afecto de los jóvenes, para que contraigan amistades con personas que sean compañías adecuadas. Deberían sentir que, mediante su enseñanza y por su ejemplo, con la ayuda de la divina gracia, deben formar el carácter de sus hijos desde la más tierna infancia, de tal manera que sean puros y nobles y se sientan atraídos por lo bueno y verdadero. 

Los que se asemejan se atraen mutuamente, y los que son semejantes se aprecian. 

¡Plantad el amor a la verdad, a la pureza y a la bondad temprano en las almas, y la juventud buscará la compañía de los que poseen estas características!

Procuren los padres manifestar en su propio carácter y en su vida doméstica el amor y la benevolencia del Padre celestial. Llenen el hogar de alegría. Para vuestros hijos esto valdrá más que tierras y dinero. Cultívese en sus corazones el amor al hogar, para que puedan mirar hacia atrás, hacia el hogar de su niñez, y ver en él un lugar de paz y felicidad, superado sólo por el cielo. 

Los miembros de una familia no tienen todos idéntico carácter, y habrá muchas ocasiones para ejercitar la paciencia e indulgencia; pero por el amor y el dominio propio todos pueden vincularse en la más estrecha comunión.

El amor verdadero es un principio santo y elevado, por completo diferente en su carácter del amor despertado por el impulso, que muere de repente cuando es severamente probado. 

 Mediante la fidelidad al deber en la casa paterna, los jóvenes deben prepararse para formar su propio hogar.

 Practiquen allí la abnegación propia, la amabilidad, la cortesía y la compasión del cristianismo. El amor se conservará vivo en el corazón, y los que salgan de tal hogar para ponerse al frente de su propia familia, sabrán aumentar la felicidad de la persona a quien hayan escogido por compañero o compañera de su vida. Entonces el matrimonio, en vez de ser el fin del amor, será su verdadero principio. PP 173-174

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