Isaac fue sumamente honrado por Dios, al
ser hecho heredero de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra;
sin embargo, a la edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre
cuando envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado
de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un tierno y
hermoso cuadro de la felicidad doméstica "E introdújola Isaac a la tienda
de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer; y amóla: y consolóse Isaac después
de la muerte de su madre."
¡Qué contraste
entre la conducta de Isaac y la de la juventud de nuestro tiempo, aun entre los
que se dicen cristianos! Los jóvenes creen con demasiada frecuencia que la
entrega de sus afectos es un asunto en el cual tienen que consultarse únicamente
a sí mismos, un asunto en el cual no deben intervenir ni Dios ni los
padres.
Mucho antes
de llegar a la edad madura, se creen competentes para hacer su propia elección
sin la ayuda de sus padres. Suelen bastarles unos años de matrimonio para convencerlos
de su error; pero muchas veces es demasiado tarde para evitar las consecuencias
perniciosas. La falta de sabiduría y dominio propio que los indujo a hacer una
elección apresurada agrava el mal hasta que el matrimonio llega a ser un amargo
yugo. Así han arruinado muchos su felicidad en esta vida y su esperanza de una
vida venidera.
Si hay un asunto
que debe ser considerado cuidadosamente, y en el cual se debe buscar el consejo
de personas experimentadas y de edad, es el matrimonio; si alguna vez se
necesita la Biblia como consejera, si alguna vez se debe buscar en oración la
dirección divina, es antes de dar un paso que ha de vincular a dos personas
para toda la vida.
Nunca deben los padres perder de vista su
propia responsabilidad acerca de la futura felicidad de sus hijos. El respeto de Isaac por el juicio de su padre era
resultado de su educación, que le había enseñado a amar una vida de obediencia. Al mismo tiempo que Abrahán exigía a sus
hijos que respetasen la autoridad paterna, su vida diaria daba testimonio de
174 que esta autoridad no era un dominio egoísta o arbitrario, sino que se
basaba en el amor y procuraba su bienestar y dicha.
Los padres
y las madres deben considerar que les incumbe guiar el afecto de los jóvenes,
para que contraigan amistades con personas que sean compañías adecuadas. Deberían sentir que, mediante su enseñanza y por su
ejemplo, con la ayuda de la divina gracia, deben formar el carácter de sus
hijos desde la más tierna infancia, de tal manera que sean puros y nobles y se
sientan atraídos por lo bueno y verdadero.
Los que se asemejan se atraen mutuamente, y los que son semejantes
se aprecian.
¡Plantad el amor a la verdad, a la pureza y a la bondad temprano
en las almas, y la juventud buscará la compañía de los que poseen estas
características!
Procuren los
padres manifestar en su propio carácter y en su vida doméstica el amor y la
benevolencia del Padre celestial. Llenen el hogar de alegría. Para vuestros
hijos esto valdrá más que tierras y dinero. Cultívese en sus corazones el amor al
hogar, para que puedan mirar hacia atrás, hacia el hogar de su niñez, y ver en
él un lugar de paz y felicidad, superado sólo por el cielo.
Los miembros de una familia no tienen todos idéntico carácter, y
habrá muchas ocasiones para ejercitar la paciencia e indulgencia; pero por el
amor y el dominio propio todos pueden vincularse en la más estrecha comunión.
El amor verdadero es un principio santo y elevado, por completo
diferente en su carácter del amor despertado por el impulso, que muere de
repente cuando es severamente probado.
Mediante la
fidelidad al deber en la casa paterna, los jóvenes deben prepararse para formar
su propio hogar.
Practiquen
allí la abnegación propia, la amabilidad, la cortesía y la compasión del
cristianismo. El amor se conservará vivo en el corazón,
y los que salgan de tal hogar para ponerse al frente de su propia familia,
sabrán aumentar la felicidad de la persona a quien hayan escogido por compañero
o compañera de su vida. Entonces el matrimonio, en vez de ser el fin del amor, será su
verdadero principio. PP 173-174
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