viernes, 17 de junio de 2011

11. “TIEMPO DE SABER VIVIR” CURSO ¡TIEMPO JOVEN!


De Corazón a Corazón
“Una Ventana Abierta al Camino del Éxito Juvenil”
Tiempo Joven Lección 11/13

Mucho gusto de saludarte. ¿Cómo te encuentras en este momento? Deseamos que tengas paz y alegría en tu corazón. Y sobre todo, amor. Porque sin él se pierde la salud y el gusto por la vida, como lo demuestra el siguiente ejemplo.

Después de la segunda guerra mundial, muchos niños huérfanos debieron ser atendidos en diversos hospitales e instituciones de caridad. Se registra el caso de un grupo de 97 criaturas, que tenían desde tres meses hasta tres años de edad. Todas ellas fueron bien alimentadas. Sin embargo, a los pocos meses estos niños enfermaron y agravaron rápidamente. Buena parte de ellos murió antes de cumplir su primer año de vida. ¿A qué se debió esta tragedia? A la falta de amor. Las enfermeras eran tan pocas, que apenas podrían alimentar y vestir a los niños. Pero nadie jugaba con ellos, ni los consolaba, ni les daba alguna forma de cariño.

Dios sabe muy bien que los niños, los jóvenes y los adultos necesitamos dar y recibir amor para sentirnos bien. Y si el mundo está lleno de maldad y de violencia, es precisamente por falta de amor.

La Madre Teresa, de Calcuta, premio Nobel de la Paz, dijo:

 ¡El peor de los males es la falta de amor y de caridad, la horrible indiferencia hacia el prójimo que vive a la vera del camino asaltado por la explotación, la corrupción, la miseria y la enfermedad”.

Por eso, con el propósito de encauzar y elevar nuestra conducta, Dios creó en su sabiduría una magnífica ley de amor. Dicha ley nos ayuda a tomar decisiones correctas y a realizar buenas acciones. Se trata de una ley breve en su contenido, pero muy abarcante en su significado. Son los Diez Mandamientos, llamados también Decálogo o Ley de Dios.

El mismo Dios omnipotente que creó las leyes del espacio infinito, y que estableció leyes para preservar el mundo natural que nos rodea, también nos dio leyes morales para ordenar y hacer más grata nuestra vida.

Cierto muchacho una vez exclamaba:
“¡Oh, si alguien me dijera exactamente
qué hacer en mi vida,
me evitaría mil problemas y
complicaciones!” Y un cristiano
que lo escuchó, le dijo: “Eso
ya está dicho ... en los Diez
Mandamientos”.

Con razón, al concluir uno de sus libros, el rey Salomón dijo: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13).

Es decir, la esencia de la conducta humana consiste en respetar la Ley de Dios. San Juan declara que “Dios es amor”. Y movido por este supremo atributo de su carácter, El nos ha dado una ley de amor, para que podamos vivir con paz, bienestar y felicidad. ¿Podríamos pretender una ley mejor?


1. POR UN MUNDO DIFERENTE
Los Diez Mandamientos se dividen en dos partes bien diferenciadas. Los primeros cuatro se refieren a la relación que deberíamos mantener con Dios, mientras que los últimos seis regulan el modo en que deberíamos relacionarnos con nuestro prójimo. Así lo enseñó Jesús, cuando dijo:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (S. Mateo 22:37-39).

Como vemos, tanto nuestra relación con Dios como con nuestros semejantes debería basarse en el amor, Hacia Dios, un amor filial (de buenos hijos suyos); y hacia nuestro prójimo, un amor fraternal.

¿Te imaginas cuán diferente sería nuestro mundo si todos tuviéramos un comportamiento de esta clase? Ya no habría más odio, ni maldad, ni guerras. Todos viviríamos en paz y armonía, como buenos amigos y vecinos.

Narra una parábola que cierta vez los hombres más entendidos de la tierra se propusieron descubrir cómo asegurar la paz mundial. Y no tuvieron mejor idea que recurrir a un complejo cerebro electrónico, al cual le proporcionaron toda la información necesaria para que diera una respuesta precisa. Luego le preguntaron a la máquina: “¿Cómo se podría lograr la paz entre los hombres?” Y a los pocos segundos, la computadora respondió: “Guardando los Diez Mandamientos”.

Podremos decir: “Esta es sólo una parábola”. Pero ¿no te parece que esa misma sería la respuesta que Dios nos daría en su Palabra? Y efectivamente así lo dice El: “¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar” (Isaías 48:18).

El propio salmista bíblico reconoce esta verdad. Cuando le dice a Dios: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmos 119:165).

¡Cuán bien nos llevaríamos con todos, y cuánto más felices seríamos, si nos dispusiéramos a cumplir la santa Ley de Dios! Pondríamos a Dios en primer lugar en nuestra vida, y sus bendiciones nos acompañarían en todo momento.

2. UN ESPEJO PARA MIRARNOS
¿Para qué nos miramos en el espejo? Para saber cómo estamos: sucios o limpios, despeinados o bien peinados. ¡Cuánto nos ayuda tener siempre un espejo al alcance de la mano, en la cartera, o en el bolsillo!

¿Sabías que la Ley de Dios es como un espejo espiritual, que nos dice cómo estamos por dentro? Observa lo que escribe el apóstol Santiago:

“Si alguno es oidor de la palabra
pero no hacedor de ella, éste es
semejante al hombre que considera
en un espejo su rostro natural.
Porque él se considera a sí mismo,
y se va, y luego olvida cómo era.
Mas el que mira atentamente en
la perfecta ley, la de la libertad, y
persevera en ella, no siendo oidor
olvidadizo, sino hacedor de la
obra, éste será bienaventurado en
lo que hace” (Santiago 1:23-25).

Aquí se destacan varios puntos importantes:
1) La Ley de Dios es para mirarnos en ella, como si fuera un espejo, para comprender cómo está nuestro corazón (nuestros sentimientos, pensamientos y acciones).
2) Si al observarnos en ese “espejo” descubrimos alguna falta, debemos reconocerla y estar dispuestos a cambiar.
3) La Ley de Dios es “perfecta” y de “libertad”. Conviene recordar estas dos características. Si es perfecta
–como todo lo que hace Dios–, nadie podría cambiarla y pretender mejorarla. Y si es una ley de libertad, lejos de limitarnos o imponernos prohibiciones, nos hace realmente libres. Nos libra de toda mala acción y de sus inevitables consecuencias.
4) El cumplimiento de los Diez Mandamientos nos vuelve “bienaventurados”. Garantiza nuestro bienestar, nos da una conciencia tranquila y nos hace felices. ¿No es maravillosa esta ley divina? Por eso San Pablo dice: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). El mismo apóstol declara además que “por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). ¿Qué quiere decir esto? Que los Diez Mandamientos dicen qué es malo, y por extensión qué es bueno. ¿No te sucede a menudo que te cuesta saber cuándo una cosa es buena o mala? Sí, con frecuencia lo malo está teñido de bueno. Parece bueno, pero no lo es.

Y allí está la dificultad: cómo saber cuándo una acción, un amigo, o una invitación cualquiera encierra algún peligro de maldad. La ley perfecta de Dios te lo puede decir. Si lo que sea, o quien sea, va acompañado de amor puro, desprendido y responsable hacia Dios y el prójimo, allí estará el bien. En cambio, si adviertes alguna forma de egoísmo, impureza o deslealtad, podrás saber que allí está el mal.


3. CONOZCAMOS SU CONTENIDO
Antes de continuar con nuestro tema, ¿no te parece que sería útil saber qué dicen los Diez Mandamientos?

Si decimos que nos ayudan a saber vivir, debemos conocer cada uno de ellos. Se encuentran en el segundo libro de la Biblia, Éxodo 20:3-17. Allí está su texto completo. Como lo decíamos antes, los primeros cuatro mandamientos nos piden amar a Dios por encima de todo:

1. No tener dioses o ídolos que interfieran con nuestro afecto supremo hacia el verdadero Dios. Cualquier cosa o persona que nos atraiga más que Dios, eso será un ídolo, llámase trabajo, dinero, deporte, estudio, etc.

2. No hacernos ninguna imagen o representación, ante la cual nos inclinemos para rendirle honra o adoración.
La adoración debería reservarse sólo para el Creador. Nadie más que El, la merece.

3. No tomar el nombre de Dios en vano. Por lo tanto, no jurar en su nombre, ni utilizarlo repetida e irrespetuosamente.

4. Observar el sábado, séptimo día de la semana, como día de descanso y adoración. Para el bien físico y espiritual de la vida. El sábado es un recordativo de la gran creación de Dios. Es el día que El bendijo y santificó, y en el cual también reposó (Génesis 2:1-3). Jesús mismo lo observó mientras estuvo en la tierra (S. Lucas 4:16).

Cuando el pintor francés Gustavo Doré terminó de pintar su célebre cuadro de Jesucristo, recibió los elogios de todos sus amigos y críticos de arte. Sin embargo, él contestó: “Podría haberlo pintado mejor si lo hubiese amado más”. ¿No crees que eso mismo podría ocurrir en nuestra vida? Si amáramos más a Dios o a Jesús, podríamos pintarlo mejor en nuestro modo de actuar y de vivir. Es decir, seríamos mejores cristianos. Esta primera porción del Decálogo nos ayuda a demostrar nuestro verdadero amor al Señor.

Y ahora repasemos los últimos seis mandamientos de la Ley de Dios:

5. “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra”.
¿Notas que el primer precepto de nuestra relación con el prójimo se refiere a nuestros padres? La religión de Cristo nos insta a amar, respetar y obedecer a nuestros padres. Este es un deber y privilegio a la vez, que contribuye a tu buena formación juvenil y al bienestar de tu familia.

6. “No matarás”.
Le debemos respeto a la vida propia ajena. Pero no sólo se mata con un arma, sino también con actitudes y palabras hirientes, o con hábitos malsanos que acortan la vida.

7. “No cometerás adulterio”.
Una orden sabia que defiende la integridad del matrimonio y el hogar. Destaca también el carácter sagrado del amor fiel y puro. ¡Cuántas tragedias se evitarían si existiera más fidelidad matrimonial y pureza mental!

8. “No hurtarás”.
El robo, en cualquiera de sus formas, está condenado en este mandamiento. Quien ama a su prójimo, siempre será honrado con él.

9. “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”.
Esto incluye la mentira, la calumnia, el infundio y cualquier falsedad, aun la media verdad con fines engañosos. Un hermoso mandamiento en defensa de la verdad.

10. “No codiciarás” los bienes ni la mujer de tu prójimo. No corresponde desear codiciosa o deshonestamente lo que le pertenece al vecino. La envidia y la ciega ambición, también condenadas aquí, siempre llevan a mal fin.

Cierto caballero visitaba un leprosorio. Y al observar cómo una de las enfermeras voluntarias atendía con solicitud a los enfermos, le dijo: “Yo no lavaría la llaga de un leproso ni por un millón de dólares”. A lo que la dama respondió: “Yo tampoco lo haría por esa cantidad”. “¿Y cuánto cobra usted, entonces?” preguntó el hombre. Y la inmediata respuesta fue “Señor, yo no cobro nada, hago esta tarea por amor”.

¿Comprendes cuántas cosas somos capaces de hacer por nuestro hermano cuando lo amamos?

Lo que no haríamos por dinero, lo hacemos por amor. Esto es lo que nos enseña la admirable Ley de Dios. Nos libra de todo egoísmo, y nos mueve a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¡Cuán pocas palabras, pero cuánto ayudan a vivir.

4. SU VIGENCIA PERMANENTE
Los Diez Mandamientos fueron dados por Dios para la humanidad de todos los tiempos. Aunque datan de los días de Moisés, en el siglo XV antes de Cristo, conservan hasta hoy plena vigencia. Incluso, fueron escritos “con el dedo de Dios” (Éxodo 31:18), lo que muestra la importancia suprema que El les asignó. Jesús mismo, en su Sermón del Monte destacó la perpetuidad de la ley, cuando dijo:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (S Mateo 5:17-18).

Y al final de la historia humana, cuando se realice el juicio de Dios, habrá un grupo de fieles cristianos, de quienes se dice: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12).

Como notas, la Ley de Dios tiene vigencia desde el día cuando fue dada, pasando por Jesús que la confirmó, hasta el fin del mundo. ¡Cuán estables son las leyes de Dios! ¡Y cuánto bien nos proporciona el obedecerlas!

5.  LA BENDICIÓN DE LA OBEDIENCIA
Recordemos el caso de Delia, una muchacha que se entregó a los caminos de la inmoralidad, el alcohol y las drogas. Llegó a ser la jefa de una gavilla de ladrones. Fue encarcelada siete veces. A los 23 años de edad confesó que no existía pecado que ella no conociese, y que no podría vivir sin ellos. En suma, una joven que había transgredido en su máximo grado todos los mandamientos de Dios.

Pero un día Delia asistió a una reunión religiosa, y allí se sintió tocada por Dios. Aceptó a Jesús como su Amigo y Salvador. Comenzó a estudiar la Santa Biblia, y su vida cambió por completo. De su estado de rebelión contra Dios pasó a una marcada disposición a obedecer los mandamientos divinos. Y mientras ya gozaba de su nueva vida, un día le habló a un grupo de 1.500 presos, a quienes les dijo: “¿Qué hemos ganado sirviendo al diablo? Prisión, miseria, desprecio y enfermedades. El Señor me hizo una nueva persona. El vive en mi corazón, y hoy me gozo en obedecerlo”.

La experiencia de Delia puede ser también la tuya. No importa si has caído en el abismo de la maldad, o si apenas has tenido alguna caída, desde donde estés, ahora mismo, puedes acudir a Dios y entregarle tu corazón.

Puedes decirle: “Toma mi vida y renuévala. Aparta el pecado de mi corazón. Encauza mis pensamientos y sentimientos. Dame el gozo de obedecer tu santa ley de amor”. Y El lo hará, porque tiene poder, y porque te ama.

Dice Jesús: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (S. Juan 14:15).

Y a la vez nos recuerda: “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10).

El Secreto para cumplir los mandamientos de Dios consiste en el poder divino obrando en nosotros. Dice la promesa: “Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré” (Hebreos 10:16).

Con nuestra sola fuerza jamás podremos ser obedientes a Dios. Pero cuando el Espíritu Santo dirige y fortalece nuestra voluntad, El nos habilita para ser obedientes y así nos prepara para la vida eterna. Jesús nos recuerda: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (S. Juan 15:14).

¿No disfrutarás de tu amistad con Cristo, haciendo lo que El te pide para tu felicidad?


Me agrada esta ley de amor


6. TODO TE SALDRÁ BIEN
Si haces la voluntad de Dios, puedes transitar con seguridad tu juventud. La mano de Dios te sostendrá. Y no importa cuáles sean tus necesidades, o aun tus contrariedades,

TODO TE SALDRA BIEN...
1) Si amas a Dios por encima de todo, y a tu prójimo como a ti mismo.
2) Si guías tus pasos por la senda del amor y la obediencia.
3) Si pides que Cristo sea el Señor de tu vida, y que el Espíritu Santo mueva tu voluntad para hacer sólo lo bueno. ¿Te agradó el tema de este capítulo? ¿Te aclaró alguna duda?

Agradece a Dios por las buenas leyes que nos dio. ¡Qué sería del mundo y de nuestra vida si no existieran dichas leyes! Dios te ayude a cumplirlas alegremente.

PARA RECORDAR
Los Diez Mandamientos fueron dados por Dios para la humanidad de todos los tiempos. Aunque datan de los días de Moisés, en el siglo XV antes de Cristo, conservan hasta hoy plena vigencia. Incluso, fueron escritos “con el dedo de Dios” (Éxodo 31:18), lo que muestra la importancia suprema que El les asignó. La vida se torna plena y radiante guardando los mandamientos. Jesús los cumplió dejándonos su ejemplo.

¡Porque es Tiempo de Saber Vivir!

Nuestro próximo capítulo: “TIEMPO DE SABER IMITAR” Será un estimulante desfile de biografías que encenderá tu espíritu de entusiasmo.

La voz.org

10. “TIEMPO DE DIALOGAR” CURSO ¡TIEMPO JOVEN!


De Corazón a Corazón
“Una Ventana Abierta al Camino del Éxito Juvenil”
Tiempo Joven Lección 10/13

Nos alegramos de saludarte al comienzo de este nuevo capítulo de nuestro curso. Deseamos que te sientas a gusto estudiando este tema. Estamos seguros de que te interesará de especial manera, porque lo que encuentres aquí será como una llave que te abrirá la puerta del éxito y la prosperidad.

¿Te has sentido solo o sola alguna vez? Todos experimentamos este sentimiento con alguna frecuencia. Y cuando la soledad nos invade, deseamos con urgencia una buena compañía, ya sea para conversar, o bien para recibir el calor de la amistad. Todos necesitamos comunicarnos con los demás.

El tiempo actual se caracteriza por la agilidad de las comunicaciones. Encendemos la radio o el televisor, y de inmediato estamos en contacto con el mundo exterior, a veces distante a miles de kilómetros. Los satélites nos traen desde lejos la voz y la imagen al instante.

Pero curiosamente, aunque solemos estar tan bien comunicados con hechos y personas distantes, a menudo nos falta una mejor comunicación dentro de nuestro propio hogar. Y esto produce diversos problemas en la familia. ¡Cuán importante es vivir en diálogo, para sentirnos bien! En diálogo con nuestros padres y hermanos, con nuestros amigos y compañeros, con nuestros vecinos y conocidos. El espíritu comunicativo fomenta la salud y la alegría.

Y esto es tan cierto que aun el diálogo o la comunicación con Dios producen elevados beneficios. 

Algunos dicen: “¿Cómo voy a hablar con Dios? ¿Cómo sé que escucha?”

Un hombre incrédulo se burlaba de esta idea. Y cuando le preguntaron si él oraba o hablaba alguna vez con Dios, respondió: “¡Por supuesto que no!” A lo cual su interlocutor creyente le dijo: “Y entonces, ¿cómo sabe que la oración ‘no funciona’ y que Dios no responde?”

Otros dicen: “¿Para qué le voy a hablar a Dios de mis problemas? ¿Qué importancia tendrán para El?” Sin embargo, El se interesa profundamente en nuestra vida. Quiere que hablemos con El. Y no sólo nos escucha, sino que también nos contesta. Si le pedimos algo, nos dirá “Sí”, “No”, o “Espera”. Pero siempre nos responderá. De paso, ¿has probado alguna vez pedirle algo a Dios? ¿Y cómo te fue?

Tu vida joven es TIEMPO DE DIALOGAR: de dialogar con Dios mediante la oración. Ni bien digas “Padre nuestro”, ya estarás en línea privada y directa con El. En la puerta del despacho de Dios nunca leerás las palabras “Hágase anunciar”. Tú puedes hablar con Él al instante, en cualquier momento, desde cualquier lugar. ¿Lo sabías? ¡Pruébalo hoy mismo!


1. EL MEJOR DIÁLOGO
En marzo de 1960 fue lanzado al espacio el “Pioneer V”, un satélite artificial de 45 kg de peso que debía girar alrededor del sol. A bordo de él había dos transmisores de radio, uno de cinco vatios y el otro de 150. Este último sufrió desperfectos técnicos. Pero el más pequeño mantuvo contacto con los equipos de tierra hasta que el satélite se internó más de 36 millones de kilómetros en el espacio. Desde entonces, esta experiencia se ha repetido multitud de veces. Si es posible captar mensajes desde tan lejos con pequeños equipos de fabricación humana, ¿podría resultarnos difícil creer que Dios pueda escuchar nuestra palabra, o incluso leer nuestro pensamiento, a través de la distancia? Sí, El nos escucha con total nitidez. Por eso, una de las lecciones más importantes que podamos aprender en la vida es la de saber conversar con Dios.

A veces nuestros oyentes, jóvenes y adultos, nos dicen en sus cartas: “Ayúdeme a saber orar”; “Mándenme alguna oración para repetir”. Y nuestra respuesta más bien tiende a mostrar que la belleza de la oración consiste en buena medida en que podemos hablar espontáneamente con Dios, con nuestras propias palabras, con espíritu sincero, sencillo y amistoso.

¿No te parece hermoso poder hablar así con el Creador? Precisamente eso es orar: hablar con Dios como con un amigo, en forma natural, con frecuencia y con agrado. No por compromiso, o de vez en cuando, sino sintiendo que es un privilegio el poder dialogar con el Eterno.

San Pablo aconseja: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Y Jesús enseña “la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (S. Lucas 18:1). En todo momento podemos elevar nuestro pensamiento a Dios, y saber que de inmediato estamos en sintonía con El.

Pero además, el Maestro promete:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (S. Mateo 7:7-8).

Esta es una de las promesas más hermosas de toda la Biblia. Nos da la seguridad de que podemos pedir y recibir. Por lo tanto, podemos presentar nuestros pedidos a Dios, confiados de que El responderá. Dios es sensible a nuestras necesidades, y El se brinda a nosotros con amor paternal.

Ni bien dices: “Padre nuestro”, entras en línea directa y privada con Dios.

Interrumpe esta lectura por un momento, y piensa cuál es tu necesidad ahora. Luego, pide en silencio la ayuda de Dios para esa necesidad particular. Dile: Señor, yo creo en tu promesa; por eso te pido que me ayudes (y sigue hablando en este tono con tu Padre celestial). Verás que El te ayudará, y sentirás una gran paz en tu corazón.

Un comerciante le pidió a un botero que lo llevara hasta la otra orilla del río. Ya sobre el bote, el pasajero notó que sobre uno de los remos estaba escrita la palabra ORA, y sobre el otro la palabra LABORA. Entonces preguntó por el significado de tales palabras. Sin abrir su boca, el botero comenzó a remar con uno solo de los remos, y el bote comenzó a dar vueltas sobre sí mismo.

Después repitió la operación con el otro remo, con igual efecto. Para entonces, el pasajero estaba un poco molesto, y le pidió al botero que remara con los dos remos: ORA Y LABORA. Cuando así lo hizo, el bote en seguida avanzó hacia la orilla. Y antes que el pasajero descendiera, el botero le dijo: “¿Comprende ahora qué significan estas dos palabras? El que sólo LABORA no avanza en la vida. Pero el que ORA y LABORA, ése sí que va adelante”.

¿No tenía razón el botero? Para tener éxito en la vida no sólo hay que trabajar (laborar) y esforzarse. También es necesario pedir en oración la ayuda y la sabiduría de parte de Dios. Acerca de Jesús, se nos dice: “Fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (S. Lucas 6:12). Si el propio Hijo de Dios recurrió a la oración en busca de poder, ¿qué menos deberíamos hacer nosotros para progresar y recibir bendición?

2. BENEFICIOS DE LA ORACIÓN
Muchos son los beneficios que otorga la oración hecha con fe. Si le preguntáramos al gran rey David cuál fue el secreto de su grandeza, él respondería: “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré [a Dios], y él oirá mi voz” (Salmos 55:17).

Y otro tanto nos diría el profeta y estadista Daniel. El “se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios” (Daniel 6:10).

Y a los nombres de David y Daniel, que realizaron proezas gracias a la ayuda divina que recibieron, podría añadirse una infinidad de nombres de chicas y muchachos, que triunfan cada día en lo que hacen porque saben orar a Dios. ¿No podrías estar tú acaso en esta lista de jóvenes que se gozan en dialogar con Dios?

BENEFICIOS CONCRETOS:
1. La oración nos amista con Dios. Nos hacer sentir acompañados por El. Ahuyenta nuestra posible soledad. Y a medida que crece nuestra amistad con El, más deseos tenemos de conversar con Él en oración.

2. La oración nos proporciona paz. Si alguna vez tienes ansiedad, preocupación o nerviosismo, trata de hablar con tu Amigo. Tu sola conversación con El te dará una gran calma interior. Tendrás más equilibrio y más dominio propio.

3. La oración nos da seguridad. Quita nuestros temores, y nos ayuda a vivir más confiados. Nos da la certeza de que Dios envía a sus ángeles protectores, para librarnos de peligros y agresiones.

4. La oración nos da fortaleza espiritual. Nos hace fuertes frente a la tentación. Nos da la capacidad para no contagiarnos con el mal circundante, y para influir favorablemente sobre los demás. “La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). ¿Te sientes débil y desalentado a veces? Entonces pídele fuerzas a Dios, y El te las dará.

Un joven delincuente dijo lo siguiente cuando lo encarcelaron por el homicidio que había cometido: “¡Oh, si aquella mañana hubiese orado antes de salir de mi casa, nunca habría cometido el crimen!” La oración nos da fuerza interior para hacer sólo lo bueno.

5. La oración nos enseña a ser agradecidos. No sólo deberíamos orar para pedir, sino también para agradecer. “Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). Todas nuestras oraciones deberían incluir una expresión de gratitud a Dios. Y por acostumbrarnos a proceder así, finalmente nos volvemos agradecidos hacia Dios y hacia los que nos rodean.

¡Cuánto ayuda hablar cada día con Dios!


6. La oración nos ayuda a conocernos a nosotros mismos. Exige que nos examinemos, para descubrir nuestras necesidades, a fin de presentarlas luego ante Dios. El solo examen de nuestra propia conciencia nos ayuda a crecer psicológica y espiritualmente.

7. La oración acrecienta nuestra fe. Debemos pedir “con fe, no dudando nada” (Santiago 1:6). Y a medida que vemos las respuestas a nuestras oraciones, más crece nuestra fe. Y como resultado, más bendiciones recibimos.

8. La oración cambia nuestro carácter. Si no siempre cambia las cosas como quisiéramos, la oración ciertamente nos cambia a nosotros, lo cual es mucho mejor, ¿verdad? Reemplaza los rasgos negativos de nuestra personalidad por cualidades agradables. Mejora nuestro modo de ser y de actuar. Si deseas mejorar tu carácter, recuerda pedírselo a Dios.

3. PARA RECIBIR RESPUESTA
A esta altura del tema, seguramente te habrás preguntado cómo deberías orar para que Dios realmente conteste tus pedidos. A continuación te presentamos algunas condiciones o características que debería reunir toda buena oración.

1. Debe pronunciarse con fe. “Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (S. Marcos 11:24). Cuando ores, quita de tu menta toda forma de duda. Ten fe de que Dios te escuchará y responderá.

2. Debe pedirse en el nombre de Cristo. “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré…Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (S. Juan 14:13-14). Pedimos al Padre en nombre del Hijo, en nombre de Aquel que se colocó en nuestro lugar y murió por amor a nosotros, según vimos en nuestro capítulo anterior. Al final de nuestros pedidos, entonces, deberíamos añadir: “En el nombre de Jesús”.

3. Debe pedirse lo que conviene. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal” (Santiago 4:3). Así que existe la posibilidad de pedir mal. Y en tal caso, felizmente Dios no nos da lo que pedimos. Si pedimos algo con una intención egoísta o malsana, ¿cómo podríamos esperar que el Señor nos dé lo solicitado?

4. Debe pedirse sin fines de maldad. “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (Salmos 66:18). Si tenemos maldad o iniquidad, y queremos salir de ella, Dios nos tiende su mano ayudadora. Pero si permanecemos deliberadamente en el pecado, el Señor desoye nuestro ruego. Porque si nos diera su bendición, estaríamos utilizándola para hacer el mal.

5. Deben guardarse los mandamientos de Dios. “Cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 S. Juan 3:22).
O como dice Jesús: “Si permanecéis en mi, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (S. Juan 15:7).
¡La importancia de ser obedientes a Dios!

6. Debe mantenerse un espíritu perdonador. “Cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas” (S. Marcos 11:25). Si deseamos que Dios nos perdone, ¿no hemos de ser perdonadores? El rencor y la venganza sólo traen la respuesta negativa de Dios.

4. POR FIN LIBRES
Cierta vez los discípulos le pidieron a Jesús: “Enséñanos a orar” (S. Lucas 11:1). Y a continuación, el Maestro les enseñó el Padrenuestro, que dice: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (S. Mateo 6:9-13).

HAY PODER EN LA ORACIÓN


¡Cuántos millones y millones de veces habrán pronunciado esta oración los cristianos de todos los tiempos! Es una hermosa plegaria, que contiene seis pedidos. Los primeros tres acerca de Dios: su nombre, su reino, y su voluntad. Y los últimos tres acerca de nuestras necesidades: nuestro pan diario, el perdón de nuestros pecados o “deudas”, y la victoria sobre el mal.

Sin embargo, valiosa como es esta oración, Jesús la presentó sólo como un modelo orientador. Nunca para que dejáramos de lado cualquier otra oración. Y aun al pronunciar el Padrenuestro, deberíamos pensar en sus palabras, y no repetirlo mecánicamente. Porque lo que más vale en nuestras oraciones, no son tanto las palabras sino el sentido y la sinceridad con que las decimos.

Cuando te falta la salud, o sientes dolor, o tienes problemas de diversa índole, o te asalta el temor, o deseas tener éxito en tu estudio y trabajo, deberías orar específicamente por esa necesidad. Si recuerdas que cada vez que oras estás hablando con tu Amigo, te será más fácil abrirle espontáneamente tu corazón. Por ejemplo, puedes decirle: Padre nuestro, gracias por la vida que me das y por tu cuidado protector (puedes incluir otros motivos). Ayúdame a aprovechar bien mi juventud. Dame fortaleza, inteligencia y constancia para cristalizar mis ideales, si armonizan con tu voluntad. Quítame este mal hábito (si tienes alguno, menciónalo por nombre).

Ayúdame a desarrollar un buen carácter, y a llevarme bien con los demás. Bendice a mi familia (si hay algún problema en tu casa, especifícalo). Guía mi mente, para pensar sólo en lo que es bueno. Dirígeme con tu Espíritu Santo. Perdona mis pecados (menciona cuáles son). En el nombre de Jesús. Amén.

“Dios escribe derecho sobre líneas torcidas”: No importa cuán modestas o “torcidas” sean tus oraciones, sigue orando con fe, y el Señor escribirá “derecho” sobre tu corazón. Te dará una vida radiante de bendiciones. SOLO SERÁS FELIZ DIALOGANDO CON DIOS.


5. TODO TE SALDRÁ BIEN
¿Cómo podrías dudarlo? Prueba y comprueba: TODO TE SALDRÁ BIEN...

1) Si aprendes a dialogar diariamente con Dios.
2) Si buscas su amistad, y compartes con El todas tus necesidades.
3) Si fortaleces tu fe en Dios, y dejas que El guíe tus pasos. Y para terminar, te saludamos con el mayor afecto.

 Este deseo es a la vez nuestra oración en tu favor: Dios prospere y bendiga tu vida. Te mantenga con salud y sano entusiasmo, para concretar los sueños de tu juventud.

¡Acuérdate de dialogar cada día con tu Dios!

PARA RECORDAR
Orar es hablar con Dios como con un amigo, en forma natural, con frecuencia y con agrado. ¡Qué privilegio es poder dialogar así con Dios! En todo momento podemos elevar a El nuestro pensamiento, y saber que de inmediato estamos en sintonía con El.

¡Porque es Tiempo de Dialogar!

Nuestro próximo capítulo: “TIEMPO DE SABER VIVIR” te va a agradar, puesto que te colocará frente al gran espejo de la vida.

La voz.org

jueves, 16 de junio de 2011

09. “TIEMPO DE LIBERACIÓN” CURSO ¡TIEMPO JOVEN!


De Corazón a Corazón
“Una Ventana Abierta al Camino del Éxito Juvenil”
Tiempo Joven Lección 09/13

¡Hola! Mucho gusto de saludarte. ¿Cómo lo has pasado desde nuestro último diálogo? Nosotros, muy bien, siempre deseosos de ofrecerte lo mejor. Por eso, hoy compartimos contigo un tema de extraordinaria importancia para tu vida.

Cierto vendedor ambulante de pájaros se encontraba en una esquina de la cuidad. Y mientras ofrecía su mercadería apareció un cliente quien, después de comprar un hermoso pájaro, lo lanzó hacia lo alto y lo dejó en libertad. En seguida compró otro pajarillo, con el cual hizo lo mismo. Y así le fue comprando uno tras otro todos los pájaros, y los fue dejando en libertad.

El vendedor, queriendo conocer el motivo de ese extraño comportamiento, le preguntó a su cliente por qué había dejado en libertad a todos los pájaros. Y el hombre le contó que acababa de salir de la cárcel después de un largo encierro, y que sabía cuán preciosa era la libertad.

“No podía ver a esos pájaros enjaulados –añadió el hombre–; y por simpatía hacia ellos los compré para dejarlos en libertad”.

Al igual que los pájaros, los seres humanos amamos la libertad. Y cuando la perdemos por alguna razón, hacemos cualquier esfuerzo por recuperarla. Deseamos ser libres. Pero no sólo libres de una cárcel, sino también libres de la pobreza, de la ignorancia, de la enfermedad, de las guerras, de la maldad y de cualquier desgracia que nos impida sentirnos felices.

San Pablo escribió: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). Se sentía como esclavo de su propia conducta errónea. Se proponía hacer algo bueno, y hacía lo malo. Y el mal que quería evitar, eso era justamente lo que hacía.

¿No pasa también en tu vida algo parecido?

Sí, ésa es en alguna medida la lucha de todo buen joven: desarrollar suficiente fuerza para vencer el mal y hacer sólo lo bueno. ¿Verdad? Y esta victoria sobre el mal te hace sentir libre y feliz.

Ahora bien, ¿de qué manera es posible evitar que el mal nos domine?

D e s p u é s de luchar con sus propias tendencias hacia el mal y el pecado, San Pablo descubrió el único camino: Jesús. Y terminó diciendo: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:25).

El mismo Jesús declara: “Si el Hijo [refiriéndose a El mismo] os libertare, seréis verdaderamente libres” (S. Juan 8:36). Es decir, si dependemos de Cristo y de su ayuda, podemos vernos libres del mal. Cuando estamos con Dios, el mal no encuentra lugar para prosperar y esclavizar. “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).


1. NECESITADOS DE LIBERTAD
Tal vez tú estés pensando que no tienes ninguna maldad en tu corazón. Y por eso te consideras un joven bueno y correcto. A lo menos no cometes actos perversos y depravados. Sin embargo, la Sagrada Escritura declara que “no hay justo, ni aun uno”, y que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:10, 23).

Una declaración fuerte. ¡Pero verdadera! Aunque nos cueste reconocerlo, todos somos pecadores delante del Dios perfecto, Creador del cielo y de la tierra. A tal punto que, como declara el profeta Isaías, aun nuestra pretendida “justicia” es “como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). Desde el mismo comienzo cuando el pecado entró en la tierra por causa de la desobediencia de Adán y Eva, todos hemos ido heredando debilidad, imperfección y tendencia al mal. Esta es la gran tragedia de la humanidad.

El pecado nos envuelve, nos enferma, nos arruina y nos separa de Dios.

“Pero cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Romanos5:20), es decir, el perdón y la capacidad restauradora de Dios. Jesús enseñó que a pesar de todo nuestro pecado, Dios nos ama con un amor infinito. Un amor más profundo que cualquier pozo de maldad en que pudiéramos haber caído.

Por eso, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” divina, que es sinónimo de amor, de perdón y de poder restaurador. Así de maravillosa es la gracia de Dios. Alcanza a los peores pecadores, con sus crímenes y corrupciones; pero también alcanza a los que fingen bondad y no la tienen, a los que se creen buenos y no lo son, y a los que se llaman “cristianos” y se olvidan de vivir como tales.

2.  LA ACCIÓN DEL LIBERTADOR
Decíamos que por la desobediencia de nuestros primeros padres el pecado se extendió a todos los corazones en todos los lugares. Esto parecería una injusticia.

¿Qué tenemos que ver nosotros con el pecado de Adán?

Pero desgraciadamente, como el pecado es una enfermedad tan contagiosa, nos contagió a todos. No hay peste o epidemia peor que el pecado. Pero felizmente hay remedio para esta enfermedad tan atroz. Nota cómo se expresa San Pablo: “Así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Jesús], los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:19).

¿Comprendemos entonces que así como por un solo hombre, Adán, todos somos pecadores, también por un solo Hombre, Jesús, todos podemos vernos libres del pecado y sus consecuencias?

Cristo es el Regalo más precioso de Dios a la humanidad. Porque en El tenemos la posibilidad de vivir eternamente. La Biblia afirma: “La paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Este es el gran contraste que nos presenta la Sagrada Escritura. Mientras por un lado la “paga” o consecuencia del pecado es indefectiblemente la muerte, por el otro, el gran regalo que Dios nos ha hecho en la persona de Cristo asegura nuestra vida eterna. La enfermedad y la muerte no estaban en los planes de Dios cuando El creó a la primera pareja humana. Fue el pecado el que acortó y arruinó la vida.

Pero tan ciertamente como estamos condenados a morir por causa del pecado, estamos destinados a vivir para siempre gracias a la intervención de Cristo.


¡Te amó tanto, que te regaló su vida para hacerte eternamente feliz!

¿En qué consiste la intervención redentora de Cristo? En que El murió en nuestro lugar. El ofrendó su vida por nosotros. Y si aceptamos ese sacrificio hecho por amor, tenemos vida eterna.

1. “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

2. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).

3. Cristo vino al mundo “para dar su vida en rescate por muchos” (S. Marcos 10:45).

Estos tres textos bíblicos muestran:
(1) el gran amor de Dios hacia nosotros, y
(2) la razón básica por la cual Cristo vino al mundo.

¿Te habías puesto a pensar que Cristo vino al mundo para morir? Sí, vino a entregar su vida, a rescatarnos de la muerte. Y eso ocurrió cuando expiró en la cruz. Su muerte en la cruz no fue una derrota. Fue el gran triunfo del amor de Dios, que se completó con la resurrección de Cristo.

¿Conoces el caso de aquella madre que donó sus orejas para que las injertaran en su hijo de edad escolar, quien había nacido sin orejas?

Al cabo de los años, esa madre enfermó y falleció. Fue entonces, y no antes, cuando el padre le contó a su hijo ya hecho hombre la verdadera historia: que las dos orejas que él tenía eran una donación de amor de su propia madre. Casi sin poder creerlo, el hijo se dirigió al cuerpo inmóvil de su madre, para descubrir que debajo de su hermosa cabellera efectivamente no había orejas. Su amor maternal la había llevado a realizar ese sacrificio y a mantener el secreto durante toda su vida.

Conmueve el sacrificio de esta madre. Pero el de Cristo fue infinitamente mayor. Con todo el poder que tenía, El podía haber evitado la cruz. Pero estuvo dispuesto a privarse de su vida, para regalárnosla a nosotros.

¡Un sacrificio que sobrepasa nuestra comprensión! 
¡Un amor que no merecíamos!

Y si tú hubieses sido el único pecador o pecadora del mundo, El igualmente habría muerto para salvarte sólo a ti. ¡Cuán preciosa es tu vida para Dios!

Fuera de Cristo no hay salvación ni liberación del pecado. Bien dijo San Pedro: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos de los Apóstoles 4:12).

Cristo es el único que puede darnos libertad espiritual. Incluso, el que está preso puede ser libre dentro de la prisión. Tiempo atrás, un joven nos escribía así desde la cárcel: “Creo que no hubo mayor pecador que yo. Cometí toda clase de crímenes. Hasta intenté matar a mi propio hermano. Estuve encarcelado varias veces. Era una persona aborrecible. Pero hoy digo con gozo que lo que Satanás destruye, Dios lo reconstruye con su amor. A pesar de estar dentro de los enormes muros de esta prisión, me siento libre, lavado por la sangre preciosa de Jesús”.

3. NUESTRA PARTE
¿Lo hace todo Cristo por nosotros, o hay algo que también nosotros debemos hacer? Aquí está la respuesta: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

¿No es sorprendente? Somos “salvos” o libres del pecado y de la muerte “por gracia”, como un regalo inmerecido. Y se añade: “Por medio de la fe”. Es decir, debemos creer o tener fe para aceptar que Cristo (con su vida, su muerte y su resurrección) es nuestro gran Salvador.

Tal vez te preguntes: “Y si yo no tengo fe, o me cuesta creer, ¿qué puedo hacer?” La respuesta es simple: La fe “es don de Dios”. De manera que si nos falta la fe, podemos pedírsela a Dios, para recibirla como un regalo adicional.

En conclusión:
La salvación es un regalo de Dios, que recibimos mediante otro regalo, que es la fe en El.
¿Podríamos pretender algo más de parte de Dios?

El texto bíblico también decía: “No por obras, para que nadie se gloríe”. Jesús nos salva no porque nos comportemos bien. Eso sería como “comprar” la salvación mediante nuestras buenas acciones. El nos salva porque se compadece con amor de nuestra necesidad.

Sin embargo, una vez que aceptamos por la fe la salvación gratuita de Cristo, dejamos que El maneje nuestra voluntad, nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones, con lo cual nos hace nuevas personas. Nacemos espiritualmente de nuevo. Cambia nuestro modo de pensar y de obrar. Entonces se cumple la declaración de que “somos creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10).

Pero esas “buenas obras” no son para comprar nuestra salvación, sino que surgen después, como resultado y fruto natural de haber aceptado la salvación. ¿Te resulta claro?

4. PASOS HACIA LA LIBERTAD
Cristo no nos salva por la fuerza, sin nuestro consentimiento. El nos persuade y nos convence de nuestra necesidad de salvación. Produce en nosotros el arrepentimiento por nuestros pecados. Y por arrepentimiento se entiende un sentimiento de pesar por todos nuestros males, y un firme deseo de abandonarlos.

Una vez que experimentamos el arrepentimiento, de manera espontánea damos un segundo paso, que se llama confesión. Le abrimos nuestro corazón a Dios, y le confesamos nuestros pecados para que El nos perdone. “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 S. Juan 1:9).

Nuestra confesión debe hacerse directamente a Dios. Así lo indicó Jesús, cuando enseñó la oración modelo del Padrenuestro.
Y además prometió:
“Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os los dará”, incluso su perdón
(S. Juan 16:23).
En virtud de su amor hacia nosotros, Dios es “amplio en perdonar” (Isaías 55:7);
borra nuestras rebeliones (43:25);  “echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19).
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).

¡Como el sol renueva cada día la tierra, así Cristo puede renovar tu vida!

Luis XII, rey de Francia entre los años 1498 y 1515, tenía enemigos al ascender al trono. Una de sus primeras tareas fue ordenar que se hiciera una lista con los nombres de todos sus enemigos. Y al lado de cada uno de ellos trazó una pequeña cruz. Enterados de ello, los enemigos del rey huyeron del país porque creyeron que esa pequeña cruz junto a sus nombres era señal de que él se vengaría contra ellos.

Sin embargo, era todo lo contrario. Por eso, el rey mandó publicar un edicto en el cual aseguraba el perdón para todos sus enemigos, y aclaraba que esa crucecita era para acordarse de la cruz de Cristo, a fin de poder perdonarlos sin venganza alguna.

De la misma manera, es como si Dios pusiera la cruz de Cristo junto a nosotros, para asegurarnos el perdón y la salvación. Porque “la sangre de Jesucristo su Hijo [derramada en la cruz] nos limpia de todo pecado” (1 S. Juan 1:7). En El “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).

Al recibir el amplio perdón de Dios,
1) Nace en nuestro corazón el deseo de no volver a caer en el mal.
2) Le pedimos a El que nos ayude a vencer toda tentación.
3) Tenemos Paz interior y nos gozamos haciendo la voluntad divina.
4) Sentimos el impulso de contar a otros cuán maravillosa salvación y liberación del mal hemos encontrado en Jesús.

Esa incluso fue la orden de Señor, cuando dijo: “Cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo” (S. Lucas 8:39). ¿No contarás tú también a tus amigos lo que Dios ha hecho y sigue haciendo en tu vida?

5. POR FIN LIBRES
Todos anhelamos que llegue el día cuando podamos vernos libres para siempre del pecado y sus terribles consecuencias. Como lo vimos en el capítulo 7 de nuestro curso, ese día felizmente pronto vendrá. La condición actual del mundo nos dice que Jesús está por regresar a la tierra.

Y cuando El vuelva, terminará con todo el mal que hoy aflige a la humanidad. El pecado será reemplazado por la perfección, el dolor por la alegría, la vejez por la juventud, la enfermedad por la salud, la muerte por la vida eterna. Nadie nos tentará a hacer lo malo, y nadie nos impedirá hacer lo bueno. Viviremos libres para siempre de toda tristeza y corrupción. Estaremos junto a nuestro gran Libertador por toda la eternidad.

¿No te parece grandiosa esa vida libre y perfecta que podremos vivir en el reino de Dios por los siglos de los siglos?

Tan sublime será esa vida, que San Pablo declara: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”
(1 Corintios 2:9).

¿Quisieras estar en ese mundo de maravillas? ¿Ya has aceptado la salvación gratuita provista por Cristo? No te detengas. Acepta el regalo de la vida eterna que el Salvador- Libertador te aseguró cuando murió en tu lugar. Dile: “Señor, te acepto como mi Salvador personal. Mi profunda gratitud porque moriste por mí. Ayúdame a hacer tu voluntad. Cuando regreses, llévame a tu reino”. ¡Felicitaciones por tu sabia decisión!

6. TODO TE SALDRÁ BIEN
¿Te parece que algo podría salirte mal, si el Salvador obra en tu vida? Realmente, TODO TE SALDRÁ BIEN...
1. Si aborreces el mal y te alejas de cualquier forma de pecado.
2. Si aceptas a Cristo como el Salvador que murió para darte vida eterna.
3. Si reconoces tus faltas, y las confiesas a Dios para obtener su perdón.
4. Si como resultado de tu salvación en Cristo, haces lo bueno y te comportas de acuerdo con la voluntad de Dios.
5. Si te preparas para entrar en el reino de Dios, donde seremos libres para siempre.

Y terminado así nuestro tema, nos resta saludarte con el mayor afecto, deseando que Dios te bendiga ricamente y que tengas la protección de tu gran Salvador.

PARA RECORDAR
Con todo el poder que tenía, Cristo podía haber evitado la cruz. Pero estuvo dispuesto a privarse de su vida, para regalárnosla a nosotros.
¡Un sacrificio que sobrepasa nuestra comprensión!
¡Un amor que no merecíamos!
Y si tú hubieses sido el único pecador o pecadora del mundo, El igualmente habría muerto para salvarte sólo a ti. ¡Cuán preciosa es tu vida para Dios!

¡Porque es Tiempo de Liberación!

Nuestro próximo capítulo se titula: “TIEMPO DE DIALOGAR”.
¡Un tema fascinante! La clave del éxito de multitud de chicas y muchachos.

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